Canta y no llores..

El mundial, como las olimpiadas, nos enamora, nos conquista poco a poco. Vivimos inmersos en colores, ritmos y en la belleza y magia que surge en cada momento que pasa. Es único.

Antes de que empezara el mundial, yo estaba enojada con nuestra selección. No me gustó la manera en la que calificaron y pensaba que no merecían estar ahí. Pensaba incluso que llegarían con trabajos a la segunda ronda y que no traerían nada con qué competir. Sin embargo, al comienzo y como ya lo decía Argen estando lejos de casa, todo se exacerba. Todo huele y sabe a Tu país. En este caso mi México.

Con desconfianza miré el primer partido, grité, me emocioné por cada jugada, patada y canté como muchas otras veces lo hice en el estadio. Con cada jugada que pasó recordé por qué es tan bella esta temporada que llega cada 4 años. La selección hizo su trabajo y lo hizo cada vez mejor. Verlos jugar de maravilla contra Brasil y callar bocas de más de un ingenuo, que como yo, habían preferido ser pesimistas a creer.

Creí una vez más en mi selección. Grité cada falta, cada gol, cada tarjeta. Pedí perdón a mi nacionalismo herido por no haber creído desde el principio. Aún cuando en otros ámbitos soy la primera en defender y creer en que México puede ser más, y lo va a ser.

Estaba asustada, pero creía en el México que se para digno en la cancha sin importar si se enfrenta contra un campeón del mundo o no. El nerviosismo se sentía desde las 10 de la mañana en nuestra casa. Los colores y sabores de México aparecieron insistentes y hasta hoy, en la tristeza y en la cruda, siguen aquí. Y seguirán.
Ayer resonó en mi mente una vez más esa odiada frase ‘jugamos como nunca, perdimos como siempre’. La odio porque representa justo el punto pesimista que me inundó en un principio. La odio porque ayer México se paró y demostró tener presencia del nivel al que el mundial nos acostumbra y nos hace esperarlo con ansias cada 4 años. Jugó como nunca, nos hizo vibrar. Nos hizo creer, la sentimos cerca, muy cerca. Pero no, no perdieron como siempre. Perdieron peleando hasta el último momento; perdieron, por errores que no fueron los de siempre y que hasta al más hábil le sucede. Perdieron con la frente en alto.

Traigo un nudo en mí. Me dolieron esos últimos 5 minutos. Esos minutos que nos separaban de romper con el maldito fantasma que nos acecha desde hace 20 años.. Esta vez no fue Argentina o Estados Unidos, esta vez fue Holanda. Se une a la lista que reafirma nuestro fantasma.

Quizá sea mala mexicana por no creer desde el principio y de todos modos festejar la victoria,  quizá sea el doble de mala por empezar sin creer y después llorar amargamente la derrota de ayer. Quizá, me dirán villamelona y creerán que soy de las que dicen ganamos pero se amarga diciendo que perdieron, aún cuando está muy lejos de ser así.

Pero hoy, aún en la tristeza y la desazón, aún apoyo a mi México que me hizo vibrar, me hizo creer de nuevo, me hizo cantar y me hizo recordar qué bonito es ser mexicana.

Gracias selección por dar todo y darme una lección de vida.

El Síndrome del Jamaicón

¿Qué nos pasa a los mexicanos fuera de México? Con este ambiente mundialista, alguien se preguntaba por ahí: por qué no somos tan nacionalistas cuando estamos en México como cuando estamos fuera de él. Bien decía Ale que viajar nos cambia. Y aprovecho que estamos en pleno Mundial para recordarles la anécdota del síndrome del Jamaicón.

José ‘El Jamaicón Villegas’ fue un futbolista mexicano que después de que la selección recibiera una goliza frente a Inglaterra (8-0) declaró que no había podido jugar bien ‘porque extrañaba a a su mamacita, que llevaba días sin comer birria y que la vida no era vida si no estaba en su tierra’. Durante otra eliminatoria, después de escaparse de la cena le explicó a su entrenador por qué no había cenado: ‘Cómo voy a cenar si tienen preparada una cena de rotos. Yo lo que quiero son mis chalupas, unos buenos sopes y no esas porquerías que ni de México son.’

Éste es mi primer mundial fuera de México, aunque no la primera vez que vivo fuera de él. Esta es la segunda ocasión que vivo lejos de mi México lindo y querido, la primera venía preparada con una botella de Valentina, habanero, dos latas de rajas y unos frijoles.  No repararé en detalles, pero basta decir que esta vez tuve que pagar sobrepeso en mi maleta para traer toda la comida que quería y que ni así fue suficiente. También he de confesar que he aprendido o he intentado cocinar más cosas mexicanas desde que estoy fuera. En la medida de lo posible, busco sustitutos o ingredientes que me hagan recordar un poco a mi querido país. Pregúntenle a cualquier persona que haya intentado una dieta donde le prohiban comer tortillas la tortura que es. Imaginen no poder saciar un antojo por cualquier alimento rico en vitamina T (y ni me pidan elegir entre una simple tortilla, tacos, tortas, tlacoyos, tlayudas, tamales y cualquier otro que usted, amable lector, quiera agregar a la lista) o no tener limón o salsa a la mano para darle sabor a su comida.

Estando fuera tendemos a buscar más las cosas que tenemos en común entre mexicanos (y con otros latinos) que pelearnos por nuestras diferencias. Ver jugar a la selección es estar un paso más cerquita de México, aunque no te guste el futbol. Las cosas que suelen separarnos estando en México no son un motivo suficiente para distanciarnos estando fuera. Solemos ser más pacientes y tolerantes con cosas con las que no estamos de acuerdo porque ese alguien es como nosotros. ¿No sería lindo si supiéramos hacer eso estando en México?

Recuerdo perfectamente la primera vez que volví a México después de una larga ausencia; la primera parada a unos 30 minutos del aeropuerto fue un plato de Pozole. No hace falta decir que lloré con mis primeros tacos al pastor. Y no sólo es la comida. ¡Cuando uno está fuera extraña tantas cosas que estando en México damos por sentado! ¡La familia y los amigos! ¡El sentido del humor! ¡La lindura de nuestro idioma! ¡La belleza de nuestras ciudades! ¡La música! ¡La increíbe riqueza cultural! ¡Nuestra historia!

Darse cuenta o reafirmar que amamos a nuestro querido México (estando a la distancia o no) no tiene por que volvernos ciegos. Quizá es una forma simplista de verlo. Los problemas que tenemos no desaparecen porque no estemos ahí o porque no los veamos diario, pero nos dan cierta distancia para verlos desde otra perspectiva y un sentimiento de necesidad por cambiarlo. No sé ustedes, pero estando en México me quejaba mucho de muchas cosas. Estando fuera recordé el México que siempre he querido. Dejé de definirlo en términos de políticos y problemas y lo vuelvo a ver con todas las cosas increíbles que tenemos, más los (muchos) retos y oportunidades. Dejé de quejarme, porque ahora pienso en qué cosas puedo hacer para cambiarlo, porque creo que no debemos dejar que todo dependa de los políticos. Tal vez es indispensable viajar para padecer el síndrome del Jamaicón y recordar las cosas buenas que no podríamos ver de otra manera. Me encantaría que fuera contagioso para llevar un poco de esto de regreso a México.

¿Y a ustedes qué les ha hecho padecer este síndrome?